Algo que siempre me ha llamado la atención es la facilidad que tenemos como sociedad para delegar responsabilidades ante los fracasos, y en cuestiones políticas esto se hace mucho más evidente, con frases que se han hecho célebres como el “yo no lo voté”. Adjudicarle la culpa a los gobernantes es moneda corriente, como si estos hubiesen llegado al poder por arte de magia: nadie los voto, pero ganaron.
Una representación arraigada a nuestra sociedad es decir que ningún político sirve, que son todos iguales, ninguno se preocupa por “la gente”. Desde este modelo imaginario de evaluación y categorización, la pregunta que me surge es ¿quién se preocupa por “la gente”? Nuestra construcción de la realidad se rige por principios motivadores entre los cuales se encuentra la valoración del yo y lo mío por sobre los demás, lo que crea una contradicción interesante, la crítica hacia la falta de respeto por el bien común se adjudica sólo a “los políticos”, como si éstos fueran traídos desde otro planeta, o como si la democracia tuviera que nacer y morir en la clase política. Desde la moral y las buenas costumbres está bien visto hablar de bien común, igualdad, redistribución, eso si, siempre y cuando mi bolsillo siga intacto. Si logramos tomar conciencia de tal disonancia, vamos a tener que agrandar aquella bolsa en la que metimos a todos los políticos.
Si se buscan las causas por las cuales elegimos a uno u otro candidato, la primer respuesta que se me viene a la mente es que optamos por la superficialidad, nos dejamos llevar por la información accesible otorgada por los medios de comunicación. Tomando como base la idea de que un individuo que ocupa una posición central en una red de comunicación, tiene una alta probabilidad de convertirse en líder, aparece la propaganda política, con slogans atractivos que a través del énfasis en las características positivas, modifica los sentimientos y emociones que suscita el candidato, junto con una innumerable cantidad de propuestas tentadoras pero a la vez imposibles de realizar en un período de cuatro años, captando nuestra atención y muchas veces logrando el poder de guiar nuestras actitudes, actuando como reglas prácticas a la hora de elegir, sin tener que considerar en profundidad la información con la que contamos. Partiendo de esta base, es fácil comprender por qué en el ejercicio de sus funciones, nos encontramos una y otra vez con gobernantes que orientan su conducta meramente a mantener buenas relaciones con el grupo, dejando de lado la consecución de los objetivos grupales, y por lo tanto, sin intenciones de convertirse en líderes democráticos.
Así llegamos al cuarto oscuro y votamos, con nuestras actitudes recién formadas desde el procesamiento superficial, sin siquiera preguntarnos qué es lo que votamos….¿representantes? si cada uno de nosotros (el nosotros incluye a los políticos) está interesado por lograr el reconocimiento de la propia individualidad frente a los demás, si como sociedad no somos más que la suma de individualidades donde los objetivos propios están por encima de los del conjunto, donde lo que reina es la ausencia de cohesión y una estructura grupal deficitaria ¿puede alguien llegar a representarnos? Desde este contexto es muy difícil hablar de representación.
Después de votar, la hora de la verdad, poco a poco el carruaje de nuestro “representante electo” se va convirtiendo en calabaza, la bandera de *voy a acabar con la delincuencia en seis meses* es guardada al lado del mapa del delito que nunca existió, la disonancia se comienza a hacer evidente y las expectativas quedan en el piso, toda la esperanza de cambio queda relegada y se empiezan a escuchar nuevamente las viejas frases que adjudican a los políticos la responsabilidad de todo lo negativo, y así, caemos en la angustia, el desinterés, la apatía y el escepticismo hacia la política; y la cuestión es: ¿alguno de notros se puso a pensar en las posibilidades reales de concreción que tenían estas propuestas tan maravillosas? Sin lugar a dudas, el análisis crítico no lo hizo la mayoría, y si en general elegimos en base a promesas inalcanzables, ¿qué necesidad de plantear ideas viables y coherentes puede tener un candidato? Así continuamos en un círculo vicioso que parece no acabar nunca, ¿y de quién es responsabilidad? “Dime por qué eliges y te diré qué gobierno tienes” sería una reflexión muy acertada. No caben dudas de que estamos en crisis, salir o no depende de la lectura que se haga de ella: como peligro o como oportunidad, y está más que clara la necesidad de visualizarla desde la segunda perspectiva, como una posibilidad de crecimiento, ya que significa de alguna manera romper con un modelo de funcionamiento como sociedad obsoleto ante las dificultades que se plantean en la actualidad. Es hora de asumir responsabilidades y compromisos que vayan más allá de lo individual, de entender que no sólo la clase política está mal, sino que la mayoría de nosotros está mal. TODOS somos agentes de cambio que hasta ahora poco hicimos por el bien común. Hay una necesidad imperante de que participemos de manera conjunta en la identificación de problemas y en la toma de decisiones para su solución, creando una identidad cultural de la cual todos nos sintamos miembros, a través del reforzamiento de los sentimientos de arraigo y pertenencia, donde el todo realmente se convierta en más que la suma de sus partes.
Quedarnos en el procesamiento superficial o avanzar hacia el sistemático depende de la importancia que le demos a los acontecimientos: si seguimos delegando nuestras responsabilidades, viviendo desde la individualidad, poca importancia podremos darle a lo público, y volveremos a votar en base al palabrerío barato de la época electoral, fomentando este estilo de gobernar que tanto criticamos, ya lo dijo José Saramago “Una de las tantas carencias de la sociedad actual es la pobreza de la conciencia crítica de los ciudadanos”; en cambio, si nos interesamos, si utilizamos la crítica de manera constructiva, aportando ideas que surjan de un buen manejo de la información, si entendemos que el bien común va más allá de los intereses de nuestros grupos primarios, que la construcción de la calidad de vida no sólo engloba aspectos individuales, sino que incluye además factores ambientales y socioculturales relacionados con la aceptación del otro y la posibilidad de la convivencia de un bienestar colectivo e individual, sólo así podemos construir una sociedad mejor, donde los ideales democráticos, que suponen ciudadanos atentos al desarrollo de la vida política, informados sobre los acontecimientos, al tanto de las principales cuestiones, capaces de elegir entre las diversas opciones que se proponen y de comprometerse en su realización, vuelvan a tener vigencia y valor.
Bibliografía:
Smith E. y Mackie D. : “Psicología Social”, Ed. Medica Panamericana, Madrid 1997. Cap I
Deutsch M. Krauss R. : “Teorías en Psicología Social” Ed. Paidós, 1980, España.
Smith E. y Mackie D. : “Psicología Social”, Ed. Medica Panamericana, Madrid 1997. Cap III
Amaya L. : “Grupos Desagrupados: Evolución en la dinámica grupal” Ed. Lugar, Bs. As. 2003
Smith E. y Mackie D. : “Psicología Social”, Ed. Medica Panamericana, Madrid 1997. Cap VII
Gregorio J. : “Desarrollo Comunitario integrado: Una aproximación estratégica” Pag. 1 a 8
Smith E. y Mackie D. : “Psicología Social”, Ed. Medica Panamericana, Madrid 1997. Cap VIII
Jiménez Burillo F. : “Psicología Social”. Volumen 2. Universidad Nacional de Educación a Distancia. Madrid 1985.
Granados G. : “La Observación en los Grupos” Documento de Cátedra- U.D.A. Facultad de Psicología. Mendoza, 2002
Preafán L. y Martínez W. : “Calidad de Vida: Una propuesta sistémica para su construcción” Pag. 1 a 4